Una historia de dolor, desesperacion y amor.

-Se acabó.
-El qué se acabó
-Esto... nosotros.
-¿Que?

Nadie en la cafetería parecía percatarse de lo que estaba ocurriendo. Ella acababa de levantarse, le acababa de arrancar el corazón del pecho y ahora lo sonreía como si se tratase del mismísimo diablo. Aún podía ver como latía en vano con los únicos resquicios de vida que le quedaban.

-Esto no está funcionando...
-¿El que no está funcionando?
-Esto... nosotros. No funcionamos...
-Así sin mas
-¿Como que así sin mas? Esto no es nuevo

¿Porque nadie hacía nada para detenerla? ¿Porque los camareros seguían atendiendo a las mesas como si nada? ¿Porque la gente no parecía estar viéndolo? ¿Es que acaso se habían vuelto invisibles? El estomagó se le hizo un nudo, de pronto apenas podía respirar, ya no le quedaba mucho tiempo de vida y a nadie parecía importarle. Se sentía atrapado en una comedia romántica.

-¿Hay otro? -dijo al rato, intentando que ella no notase su dolor en el temblor de su voz.
-No, eso no...
-Entonces ¿Porque?
Ella se mordió el labio inferior antes de hablar -Dios... no puedo creer que no te dieses cuenta... No dejamos de discutir... ya no nos divertimos... se ha ido...
-¿El que se ha ido?
-Lo que teníamos... no se... se ha ido...

Agonizante se desplomó sobre la mesa. Con mirada lasciva ella chupó su corazón y de su frente y su trasero brotaron cuernos y una cola como las de un demonio. Soltó una estremecedora carcajada al tiempo que de sus pies brotaban llamas. Un camarero atendió a la mesa tres donde una pareja de niños jugaban con los azucarillos, dos mesas mas allá una pareja de enamorados bebía del mismo batido mientras se miraban a los ojos. En la mesa siete un grupo de universitarios contaba chistes misóginos en alto. Él era capaz de escuchar sus estridentes y estúpidas risas. Podía oír el tintineo de las cucharas contra las tazas de café, los sonidos de la cocina, la música sonando al fondo... ¿Porque ellos no eran capaces de verle a él y en lo que su novia se había convertido? ¿Que narices pasaba con ellos?

-Creo que será mejor que me vaya... -dijo al no encontrar respuesta.

Después se levantó y se marchó. Y así, tan repentinamente como llegó a su vida, su morena melena y sus ojos color avellana desaparecieron sin dejar rastro.

+ + +

Un mes después se despertó en su sofá. La cabeza le ardía como el horno de una acería, tenía el estomago al revés y unas fuertes nauseas. Intentando no vomitar la pizza que había comido el día anterior se incorporó, se rascó su mugrienta barba y se encendió un cigarro.

Tras una larga calada decidió levantarse. Aún llevaba el mismo mugriento chandal que le había acompañado durante los cuatro días anteriores. Sin pensar en una ducha o en cualquier otra cosa relacionada con su higiene personal llegó a la cocina. No había café... tampoco le quedaba leche. Después de cinco minutos reflexionando frente al frigorífico sacó una cerveza.

"Combatir el fuego con el fuego" pensó.

Caminó hasta la pequeña terraza (por no llamarla cornisa vallada) y se asomó. El sol brillaba y los pájaros cantaban, y tres pisos mas abajo seis mil millones de seres humanos continuaban con sus vidas como si tal cosa. Escuchaba los coches y los atascos, un par de vecinas que se despedían a gritos, un hombre que saludaba a otro al otro lado de la calle. La gente continuaba realizando las mismas cosas día tras días. El mundo no se había detenido mas allá de los muros de su piso.

Desesperado se dejó caer derrotado en el sofá. Apagó el cigarrillo, apuró la cerveza, y en la misma posición en la que llevaba los últimos cinco días volvió a quedarse dormido.

-Tal vez mañana...

+ + +

Un año después se encontraba en la puerta de una discoteca haciendo cola. Sus amigos, hartos de verle así, le habían obligado a arreglarse y le habían arrastrado de la oreja, metaforicamente hablando, hasta aquel lugar.

Aún no se sentía cómodo fuera de casa. El mundo le parecía frio, amenazador y que viajaba mucho mas lento de lo que lo había hecho nunca. Sentía que era el único de captar esa anomalía en el universo, esa ralentizacion repentina de los tempos del planeta. Los de mas continuaban teniendo sus insulsas conversaciones, riéndose de aquellas bromas sin gracia, manteniendo aquellas charadas con el resto de seres humanos y fingiendo que entre si se importaban una mierda. Hastiado de aquel lugar, de su situación y de si mismo se encendió un cigarro. No quería estar ahí, pero ya que estaba ¿porque no echarse un cigarrillo?

-¿Me das uno?

Levantó la vista y allí estaba. Su melena rubia brillaba como un sol, sus labios, carnosos y del rojo mas apasionado brillaban como dos rubíes y sus ojos, azules como el cielo mas claro le miraban penetrándole. Caminaba al mismo paso que él y el tiempo no parecía afectarla a ella tampoco. En lo mas profundo de su cavidad torácica, en medio de la oscuridad, se escuchó un latido.

-Perdona ¿que? -dijo cuando fue capaz de articular palabra
-¿Que si me das un cigarrillo por favor?
-Claro -dijo sonriendo como un idiota.

Se encendió el cigarrillo, apenas lo sujetaba con los labios, simplemente lo dejaba reposar. Los latidos se sucedían, recordaban al motor de una locomotora al arrancar.

-Gracias

Se dio la vuelta para marcharse, era su turno de entrar.

-¡Espera! ¿Como te llamas?
-Lyla, como la canción. ¿Y tu eres?
-Hank...
-Pues nos vemos dentro Hank. -dijo, y su melena rubia desapareció por las escaleras.




En su interior sonaban tambores y fuegos artificales al tiempo que fuera la humanidad, el planeta y todo el universo, recobraban su velocidad habitual. Todo iba bien...

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