Una historia sobre nada en particular


Hacía un calor infernal aquel verano.

Maite, desde el suelo, miraba al techo de su habitación.

Le gustaba estar ahí. Mirando a la blanca superficie, impoluta a pesar del paso de los años. Le ayudaba a desconectar, a no pensar en nada.

Mientras ella miraba al techo su hermana pequeña, Nerea, caminaba por el pasillo correteando de un lado a otro. Apenas había aprendido a andar y ya parecía una profesional. No paraba quieta. Se dedicaba a ir de un lado a otro del pequeño apartamente en el que vivian ellas dos con su madre. De su padre hacía años que no sabían nada. Practicamente los mismos que tenía su hermana. Maite suponía que no había soportado la presion.

Desde entonces las cosas no habían vuelto a ser igual. Su madre no era capaz de mantener un trabajo (había sido toda su vida ama de casa, no sabía hacer otra cosa) y para conservar a su hija mantenia a perdedores bajo su techo. Perdedores que la trataban como la basura pero que al menos pagaban las facturas durante los meses que tardaban en cansarse de las niñas y de follarse a una perdedora de 45 años. El último las había dejado un par de semanas antes, ahora, mientras su madre trataba, sin demasiado exito y sin poner demasiado empeño, de buscar un empleo, Maite se hacía cargo de su hermana.

La puerta de su habitación se abrió y timidamente la pequeña Nerea entró. Aún no tenia demasiado equilibrio y antes de llegar hasta ella se calló al suelo. Gateo y llegó hasta su cara. Comenzó a jugar con la cara de su hermana. Ella le sonrio y la pequeña le devolvió la sonrisa.

Despues las dos comenzaron a jugar.

Ya se ocuparían de sus problemas mas tarde.

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